lunes, 25 de junio de 2012

El retorno del gato de Cheshire


Cuando la sonrisa se materializó en mi ventana, me asusté. Los dientes se veían afilados y amenazantes. Un ruidito ahogado escapó de la boca de mi amigo mientras aparecía el resto de su cabeza. Hacía mucho tiempo que no sabía nada del gato de Cheshire, ese que vivía tan feliz en el árbol de mi casa. Era un gato de ciudad, le gustaba la gente, aunque es arbitrario decir que era viejo. Yo misma no lo soy, sigo en mis veintes. Además es difícil medir la vejez de alguien que es, obviamente inmortal. A lo largo de la historia nadie ha visto a un gato de Cheshire morir, además, sabemos de buena fuente que es imposible decapitar a uno.

Cuando abrí la ventana para saludarlo, el muy ladino se dejó caer sobre mi cama. Estaba a punto de indignarme cuando recordé que jamás había visto pelos de gato de Cheshire en el edredón.

— Estuviste lejos un buen tiempo ¿eh? — Inicié la charla.
— Quería viajar, descubrir cosas nuevas en el mundo.
— ¿Qué descubriste?
— Muchas cosas y una verdad  innegable.
— ¿Ah sí? ¿Cuál?
— Todo Cheshire necesita una Alicia con la cual conversar de vez en cuando — remató con su sonrisa más cínica.
— Estás diciendo que...
— Ahora quiero dormir, estoy muy cansado.

Ese condenado gato era así, siempre críptico y lleno de misterios. Como Alicia, a ratos me hacía sentir intrigada y muy molesta al mismo tiempo. De todas formas saqué algo de leche y la puse en un cuenco. Aunque hablara o pudiera desaparecer, a fin de cuentas era  un minino conmigo. Sonreí, estaba contenta: el gato de Cheshire había vuelto.

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