sábado, 21 de septiembre de 2013

Con la sartén por el mango: La magia de la cocina

Esta semana releí uno de mis libros consentidos “Como agua para chocolate” de Laura Esquivel. En la novela, todos los amores, desamores y aventuras van ligados a la cocina, porque la protagonista, Tita, llega al mundo justo en ese peculiar sitio de la casa. Recuerdo haber visto la película en video en 1993, a los ocho años. Mi tía no se molestó en decirme que era muy chica para verla, al contrario, se puso a explicarme cada duda que tenía con la paciencia de un santo y la claridad de una amiga que se ponía a mi nivel. A mis padres no les hizo mucha gracia, pero como ya no había remedio se conformaron. El libro no pude leerlo hasta varios años después (tendría unos 12) en la biblioteca pública, pero la forma en la cual las recetas cuentan la historia lo volvió uno de mi favoritos.

La cocina siempre ha estado revestida de una magia ancestral para mí. En la sociedad machista en la que vivo -y de hembristas- la cocina es una especie de mancha, se dijo durante tanto tiempo que “ese era el lugar de la mujer” que incluso se convirtió en una frase que suena casi sucia, denigrante. Hace no mucho, tuve el honor de ser Beta Reader de una excelente novela donde dos de mis personajes consentidos son cocineras (desmintiendo ambas esa visión denigrante de la mujer aplastada por el patriarcado y encadenada a la cocina): Dass, una mujer muy independiente y moderna que ha hecho de su propio restaurante el local de moda y  Naiciña la cocinera casera que ama su arte y alimenta a la familia con amor. El texto en cuestión es “La puerta de las tempestades” (que pueden leer AQUÍ, corran, les prometo que no se arrepentirán).

Yo crecí en un matriarcado, mi abuelita rara vez me dejaba meter mano a sus guisos, pero me dejaba ver como un rico pozole o una paella conviven con las hojaldras con mole (mis favoritas y estrellas de mis cumpleaños). Incluso en tiempos de crisis cuando la comida escaseaba, ella hacía magia con un hígado encebollado y papas. Mi abuelita mezcla su herencia española con esa mexicanidad que me parece la más bonita de todas (la de haber adoptado a este país como suyo a pesar de no haber nacido aquí, de cómo dice con orgullo “yo soy mexicana” aunque le queden rastros del ceceo). De esos años me quedó el mismo tic que a ella: me molesto mucho cuando alguien le mete mano a uno de mis platillos sin mi permiso (el cual rara vez otorgo).

Aunque mi familia materna es un matriarcado en toda regla (o quizás justamente por eso) la cocina nunca fue una labor exclusiva de mujeres. Ver a mi abuelito haciendo nieve de limón casera o algún guiso muy picante era pan de todos los días. Hasta la fecha no he conocido Hot Cakes más deliciosos y esponjosos que los de él. Tal vez como reflejo de tiempos más difíciles e ingratos, ahora nadie pasa por esa casa sin comer, cada visita mis abuelos insistirán en retacarme de comida. Así es como me recuerdan cuanto me quieren y se preocupan por mi salud. 

Cuando se trata de cocinar mis padres también se llevan las palmas. Mi mamá biológica no es del tipo cocinero, cuando yo era pequeña ella siempre hacía ensaladas o carnes asadas, cosas simples. Mi papá biológico, por el contrario, es un chef consumado que aspira a realizar platillos gourmet, tan sólo recordar su modo especial de preparar salsas o hamburguesas me hace salivar. Mi padre adoptivo es un graduado y laureado de la cocina mexicana, creció en la fonda de su familia, enclavada en un colonia muy cercana al centro de la ciudad de México. Ahí entre el mole y los chiles rellenos (especialidades de la casa) que el mismísimo Salvador Novo (cliente habitual) y Octavio Paz degustaron. Él se mete a la cocina sólo en ocasiones muy especiales, como Navidad, cuando nos deleita con Romeritos, Bacalao a la Vizcaína y algún otro platillo sorpresa. 

Los rumores dicen que él fue quien enseñó a mi mamá adoptiva a perfeccionar sus habilidades en la cocina cuando se casaron. Sea como sea, todos mis conocimientos prácticos sobre la cocina se los debo a ella. Si bien, en teoría mi abuela ya me había explicado mucho sobre especias y hierbas, mi mamá adoptiva me pulió. Me enseñó desde el truco para distinguir el cilantro del perejil hasta la concienzuda elaboración de los chiles en nogada (los cuales curiosamente aprendió de su padre, quien a su vez aprendió de su abuelo, el chamán). Mi madre adoptiva y mi abuela fueron justo quienes me mostraron una verdad entrañable: cocinar es dar amor. 

La cocina es magia, no sólo porque alimenta todos y cada uno de los sentidos del cocinero (el ruido de los trastes, el olor de las preparaciones, la vista de cada ingrediente, el tacto de la comida y los utensilios, los sabores…). Cada vez que remuevo un guiso, veo mi conexión con la historia, soy la eterna Ceridwen moviendo el caldero de la Inspiración y la Sabiduría, soy la bruja de una aldea removiendo un remedio herbal para una fiebre, la madre que alimenta con un lánguido caldo a sus hijos a punto de dejar sus tierras asoladas de hambruna por un futuro más fértil. Cocinar es un arte, también un maravilloso ejercicio para la intuición, se vuelve un laboratorio cuando aprendes a dejar de lado las recetas ajenas e inventarte las tuyas. La comida, cuando se hace bien y con gusto, es la metáfora perfecta del amor, de ese en el que ponemos lo mejor de nosotros para alimentar el cuerpo y alma de nuestros seres queridos. 

Por eso detesto que en la modernidad la idea de una mujer cocinando se haya vuelto uno de los enemigos públicos del feminismo radical, creo que ninguna mujer debe ser obligada a ello si no le da la gana, también estoy bien segura de que cocinar no es una actividad netamente femenina (como todo mi post explica), es más, muchos renombrados chefs en la actualidad son hombres. En realidad creo que absolutamente cualquier persona con ganas puede empezar a desentrañar esa maravillosa alquimia que es cocinar. 

Imágenes:
Portada de "Como agua para chocolate" Suma de Letras
Hot Cakes de El blog del Chef
Ceridwen por UnripeHamadryad en DeviantArt

5 comentarios:

  1. Noo, no lo puedo creer. Como sabes mi finde (cumpleaños o no) es temporada de trabajo arduo y recién entré a tu blog. Hija, no me hagas sonrojar.
    Sin “Agua para chocolate”, yo nunca me hubiera atrevido a crear heroínas cocineras. Laura Esquivel creó un modelo al combinar la cocina con el realismo mágico y la seguirían otras como Isabel Allende en Afrodita, la siguieron. Por un lado hay una reivindicación de la comida como afrodisíaco, como elemento mágico, y como un símbolo patrio, porque la cocina de Tita esta compuesta de platillos netamente mexicanos. La película The Mistress of Spices retoma este tema pero asociándolo con la comida hindú. Es una pena que otras escritoras criadas con miedo a que ponerse el mandil de cocinera les reste poder feminista no se atrevan con eso, porque la cocina es el reino de la bruja, y la brujería es el poder máximo de una mujer. Mil gracias y te quiero mucho.

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    1. Amiga, no hay nada que agradecer. Cuando te digo que soy fan de tu historia es porque soy fan en serio. Todos tus personajes me enamoraron a su modo y los adoro. Más bien me castigas porque no sé que sigue jejeje :) (y ya quiero ver más de mi Davide hermoso y Vicktor mi pelirrojo). The Mistress of Spices me encantó justo por esa cualidad tan femenina de "intuir" lo que el cliente necesita. La comida es una magia completa, no sólo por afrodisiaca y sensual, sino porque tiene un remedio para cada mal desde el caldo de pollo para una gripe hasta un rico postre para la depresión. Creo que lo que más me disgusta de tanto lío de etiquetar actividades como "de hombres" y "de mujeres" es justo el hecho de que tratan de robarnos la libertad de hacer, como seres humanos, eso que nos da la gana y amamos hacer.

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    2. Debo agregar, y lo incluyo en mi novela, es que hombres y mujeres cocinan de manera distinta (lo mismo ocurre con el diseño de modas) es una cuestión hormonal. Los grandes chefs son todos hombres, pero la cocina de las mujeres tiene un enfoque diferente.

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  2. Lo que más me gustó de tu post fue la calidez con la que hablas de tu familia recordándolos, precisamente, a través de la comida. Ahora, eso de que la cocina es de mujeres, o asignar actividades de acuerdo al género, me parece retrograda y hasta me da flojera. Como humanos, todos tenemos intereses y capacidades distintas, si nuestra plenitud (o parte de ella) se puede alcanzar en una cocina, en un campo de fútbol o en juzgado, pues vamos por ello. ¡Al diablo con los estereotipos!

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    1. Sí, eso es justo lo que ponía en el post, la cocina -ninguna actividad, de hecho- es de hombres ni de mujeres. Es de quien sea que guste hacerlo y disfrutarlo. Ya ves, en mi familia hay un montón de hombres cocineros (y si no mal recuerdo te ha tocado el recalentado navideño de mi padre :P ). En fin, que se mueran los estereotipos, todos somos seres humanos y como tal deberíamos ser libre de decidir quienes somos, lo que amamos y lo que deseamos hacer ;)

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